lunes, 3 de agosto de 2015

Cuentos de Guatemala

EL CARRUAJE DE LA MUERTE

Cuenta que el carro de la muerte  aparecía durante las noches y anunciaba la muerte de alguna persona. También cuentan que se parqueaba frente a las casas y se llevaba al fallecido.
Después de un largo y arduo día de trabajo en el campo, Mario se dirigía a su casa en la ciudad. Ya casi anochecía y caminaba de prisa. Poco antes de llegar a su casa escuchó el sonido de un carruaje muy cerca, lo que era muy normal en aquella época, pero este sonido era diferente, sintió mucho temor. Corrió y decidió esconderse en el parque, detrás de los árboles.
El sonido del carruaje se escuchaba cada vez más cerca, pero a la vez daba la impresión de que nunca llegaba y la espera se hacía interminable.
Sin darse cuenta, Mario pasó la noche en el parque. De repente, despertó por el frío que sintió y recordó lo ocurrido la noche anterior y en ese momento pensó que temerle a un carruaje había sido algo absurdo. Se levantó y fue a su casa.
Los días pasaron y Mario no podía olvidar lo ocurrido, así que decidió contárselo a un amigo.
Al escucharlo el amigo también le compartió lo que contaba la gente al respecto. “Dicen que por las noches se escuchaba a un carruaje ir a toda velocidad y que iba recogiendo a la gente que moría, era conocido como El Carruaje de la Muerte”. Al finalizar el relato añadió: “Posiblemente todo esto es un invento de la gente, no hay que hacer caso”.
Mario no se quedó tranquilo y junto con su amigo decidieron esperar esa noche, al carruaje y así confirmar si los rumores eran ciertos.
Se encontraban en parque bajo la noche fría y solitaria cuando comenzaron a escuchar el sonido de un carruaje. Poco a poco pudieron verlo, cada vez más cerca. Y en efecto, se trataba de un carruaje negro, tirado por caballos negros y con un conductor vestido completamente de negro.
Igual que la primera vez, el carruaje tardaba en llegar hasta donde ellos se encontraban.
Cuando por fin el carruaje estaba frente a ellos, el conductor los observo fijamente y ambos hombres se desmayaron. A la mañana siguiente, despertaron de frío y desde entonces, tanto Mario como su amigo, se esconden donde pueden cada vez que escuchan el sonido de un carruaje, sobre todo por las noches.



1.   
















EL CADEJO



Cuando la soledad y la afición acongojan el corazón de alguna alma apesadumbrada que trata de olvidar su dolor con el alcohol, entonces aparece el acompañante  idóneo  que no se separa de el hasta lograr aliviar su dolor y su pana hasta ganarlo con una muerte repentina.
Este espíritu protector, mejor conocido como el cadejo, que se presenta como “un perro negro con  casquito de cabra y ojos y aliento de fuego”. El personaje que persigue y protege a los bolos. El cadejo gris cuida a los niños solos y el cadejo blanco es el protector de las mujeres solas, abandonadas y viudas.
Se dice que este ser maligno acompaña “a los bolos”, pero si llega a lamerles la boca, los sigue por nueve días y no los deja en paz hasta que  se mueren. Entonces se, lleva su alma.
Cada vez que sea un perro negro detrás de un hombre no te confundas, puede ser que sea el cadejo….

Las Zapatillas del Cadejo
El alba rayada de lila y palorrosa los volcanes y el horizonte de la ciudad.
En los árboles y arbustos de las plazas del teatro, de la victoria y en las plazuelas de los templos, cabeceaban miles de pájaros. El fresco de aquella mañana era intenso.
Sobre la calle del Ángel, en la fonda del calvario, sentada frente a una mesa de pino, tiritando de pesadumbre y sudando soledades, un hombre joven, profundamente demacrado, bebía en un pequeño vaso de herradura.
A su  lado, un perro negro dejaba acariciar una oreja de manera descuidada. Las puertas de la fonda, recién abiertas al frescor de la mañana, permanecieron a la claridad  colarse en su interior.
Tullido de frió, el hombre se restregó las manos. Engullo un trago más y saco del bolsillo interno de su raído saco unas zapatillas de ballet que en un tiempo fueron rosadas y ahora estaban lustrosas de tanta caricia. Las contemplo, las beso y las acaricio con esmero por largos minutos. Las dejo sobre la mesa del piano y extrajo luego un papel escrito, lo desdobló con ternura y cuidad, y lo leyó.











EL  CANTO DE LA FLOR  DEL AMATE.



El Progreso-Guastatoya don Domingo Castillo, "contador de maravillas", de la aldea Casas Viejas, narra el cuento "El Canto de la Flor del Amate", muy difundido y vigente en todo el departamento. Asegura don Domingo Castillo que ese palo es encantado y nunca da flor, pero cuando le entra el encanto si florece. "El encanto sólo se abre la noche de la víspera del Día de San Juan y es necesario que haya luna llena. El hombre o la mujer deben llegar al pie del árbol a las doce de la noche para que les caiga el encanto". Y si al Encanto del Árbol le cae bien la gente, les deja caer una flor y con ello los vuelve "suertudos en el amor y con mucho dinero".







LA LLORONA



La llorona era una mujer indígena, enamorada de un caballero español o criollo, con quien tuvo tres niños. Sin embargo, él no formalizó su relación: se limitaba a visitarla y evitaba casarse con ella. Tiempo después, el hombre se casó con una mujer española, pues tal enlace le resultaba más conveniente. Al enterarse, la Llorona enloqueció de dolor y mató a sus tres hijos en el río. Después, al ver lo que había hecho, se suicidó. Desde entonces, su fantasma pena y se la oye gritar "¡Ay, mis hijos!" (o bien, emitir un gemido mudo). Suele hallársela en el río, recorriendo el lugar donde murieron sus hijos y ella se quitó la vida. Se dice que la Llorona no puede llevarse el alma de una persona si ésta usa la ropa interior al revés. También se cuenta que cuando a la Llorona se la escucha que está muy lejos, es porque está cerca, y cuando se escucha cerca, es porque está lejos.
2.   













EL ORIGEN DEL MAIZ



Otro tipo de leyendas son las del origen del maíz, como en todas las etnias máyense. Así, entre tanto, los Ajtziij Winaq  cachiqueles de San Antonio Palopó, narran que en tiempos antiguos no conocían el maíz y en el pueblo pasaban mucha hambre.

Ellos sabían que otras comarcas ya los tenían. Entonces los ancianos rezadores (Ajch'ab'”l), le dijeron al hombre más fuerte del pueblo que fuera a buscar ese alimento. El hombre tenía un perro muy listo y se lo llevó. Se fue corriendo hasta llegar al cerro Juyu Sanco’th, donde encontró unas piedras muy grandes. Aunque le costó mucho, el hombre las partió con ayuda del perro. Al quebrarse las piedras, saltaron mazorcas de maíz, pero cuando terminaron de brotar salió una culebra muy grande, la que se enroscó, mordió al hombre y lo metió al cerro. Entonces el perro que era muy listo, agarró con el hocico una mazorca, corrió y llegó al lago, lo atravesó nadando como pudo hasta llegar al pueblo donde todos lo querían agarrar, pero el chucho sólo se dejó tomar de la mujer de su dueño y le dejó caer la mazorca a los pies.








LA TATUANA

El Maestro Almendro era un anciano de larga barba, tan blanca como un pedazo de algodón, ojos soñadores y tranquilos como el atardecer de primavera en un lago... Con el correr de los años se había convertido en un pozo de sabiduría; nadie como él sabía leer los jeroglíficos de las constelaciones, entender el lenguaje de la piedra que habla y reconocer las plantas que lo curan todo.

Un día amaneció convertido en árbol, y cuando llegó la luna del Búho­ Pescador, repartió su alma entre cuatro caminos, que al marcharse tomaron direcciones distintas. El camino Blanco marchó hacia la esperanza de tierras nuevas.
El Verde, en busca de la primavera. El Rojo, al éxtasis profundo del trópico. Y el Negro, con rumbo a la oscuridad sin fin.

El camino Blanco iba feliz, mecido en sus ilusiones, por eso no sintió que una tímida paloma lo llamaba, para que le diese el alma del Maestro; con ella podría mecerse en blandos sueños. Tampoco el Rojo oyó el clamor con que un corazón rojo intentaba distraerlo para tomarle el alma. Los corazones son prácticos en la traición y nunca devuelven las cosas prestadas. Un emparrado verde, deseoso del alma del Maestro, llamó también al caminito Verde, sin obtener respuesta.
En el Camino Negro nadie reparó, por eso llegó enseguida a la ciudad, la cruzó rápidamente, llegó al barrio de los Mercaderes, y al Mercader de Joyas sin precio, regaló el alma. Al saberlo, un frío estremecimiento recorrió el cuerpo del Maestro, que sintió helársele la savia, hasta que, despojado de su envoltura de corteza, recobró su forma real.
El polvo de los caminos se levantaba a su paso para adherirse a sus sandalias. Una luz radiante, que de clara turbaba la vista, en los mediodías espléndidos, o la blanquecina y recatada de la luna fueron envolviéndolo sucesivamente en su largo peregrinar en busca del alma perdida. La gente miraba extrañada a aquel anciano de barba rosa y túnica verde, y los pastores a quienes interpelaba a su paso en los valles recogidos o en los montes frondosos, olvidaban la respuesta, prendidos en el hechizo que parecía desprenderse de él.

Al fin llegó a la ciudad, que seguía su ritmo acostumbrado: el agua caía cadencioso sobre los cántaros de las mujeres que aguardaban al pie de la fuente; un grupo de hombres se adormecían debajo de las palmeras, al compás de las canciones de su tierra, que un organillo dulzón desgranaba lento. Nada de esto advertía el Maestro, porque pensaba en recuperar su parte de alma, que encontró, finalmente, en una caja de cristal en la tienda del Mercader de Joyas sin precio.
- ¿Cuánto pides por ella? - preguntó Almendro.

- No tiene precio - fue la respuesta tajante del vendedor.

Y el viejo, en su desvarío, ofreció montones de perlas, lagos de esmeraldas, piedras preciosas sin cuento para construir palacios de leyenda. En vano, él guardaba la parte del alma, para obtener en cambio la esclava más bella del mercado. Una nube de amargura cruzó por los ojos del Maestro, que marchó sin rumbo...

Cuando hubieron pasado cuatrocientos días, que componían el año en aquellas tierras, el trotar de un caballo ligero estremeció la campiña. En él iban montados el mercader y una esclava que casi oscurecía en belleza al mismo sol. Palabras de miel y azúcar deslizaba en los oídos de su amada, que lo escuchaba absorta.

- Vivirás en un palacio fantástico y cien criados estarán a tus órdenes, para complacer tus más pequeños caprichos. Te he comprado por un trocito de alma que quisieron que devolviera a cambio de una fortuna fabulosa, por eso te lo mereces todo. Seremos felices al conjuro del amor. Nada ni nadie nos turbará y nuestra dicha será eterna...

Sin apenas advertirlo, a la calma infinita sucedió la catástrofe. Una tempestad horrible comenzó a descargar; las nubes derramaban agua sin cuento; los truenos y relámpagos se sucedían y un huracán enorme lo devastaba todo. El caballo del Mercader, asustado, se desmandó y él vino a dar de cabeza contra un árbol.

Había pasado mucho tiempo y el Maestro seguía deambulando, siempre con la misma pregunta a flor de labios. Una tarde llegó a la puerta del Mercader de Joyas sin precio y salió a abrirle la esclava. Una dulce afloranza envolvió a los dos, que ya no pudieron dejar de mirarse: era como si después de mucho tiempo volvieran a encontrarse.

Pero una algarabía ensordecedora vino a turbarlos. La justicia los reclamaba: a él por brujo; por endemoniada a ella. Los encarcelaron y fueron condenados a morir quemados vivos.

La víspera de la ejecución, el Maestro tatuó en el brazo de la joven un barquito, mientras le decía:
- No quiero que mueras; por virtud de este barco puedes obtener la libertad. Dibuja otro en el aire, en el agua, donde quieras, cierra los ojos, entra en él y huye...

La Tatuana lo hizo así y al punto se desvaneció, escapando de la muerte. Y cuando al día siguiente, entraron los soldados por ellos, sólo encontraron en la celda un árbol seco con flores de almendro sonrosadas, entre sus ramas...



EL CABALLO DE CORTÉS.




Uno de los cuentos más arraigados en Petén es la del Caballo de Cortés, que se escucha en los pueblos del lago como San Miguel y Santa Elena. Cuentan que cuando Hernán Cortés, en los tiempos de la Conquista de México y Guatemala, dirigía su expedición hacia Honduras, y cuando pasó por las márgenes del lago Petén Itzá; como iba "muy cansado y agotado", dejó recomendado su caballo a los Itza'es del Señorío del Rey Caneck.
Cortés ya no regresó a México por esa ruta, y el caballo se quedó con los itza'es, pero el animal se murió de tristeza porque ellos le daban de comer flores y plumas preciosas, y no lo sacaban a pasear. Los indígenas con la pena de quedar mal con Cortés, construyeron uno de piedra, "igualito y del mismo color".

El caballo quedó entre los itza'es, quienes lo adoraron como deidad. Pero una vez que querían trasladarlo de la punta del Nij Tum cerca de San Andrés, hacia la Isla de Flores; la balsa donde lo llevaban dio vuelta, el caballo cayó al agua y quedó parado en el fondo del lago. Los lancheros dicen que el caballo está todavía ahí, frente a Tayasal, es decir, frente a la Isla de Flores, y puede ser visto en las mañanas claras.

Los lancheros de San Benito cuentan que han escuchado los relinchos del caballo en las noches del Día de San Juan, y que se oyen sus pasos en el fondo del lago.
Los habitantes de la aldea El Remate, dicen que debido a las flores que le dieron al caballo, a la isla se le dio el nombre de Flores.








La leyenda cuenta que... Un día, como a las seis de la tarde, aparecieron el la esquina de la casa de Celina cuatro mulas amarradas. Pasaron por allí dos vecinas y una de ellas dijo: "¡Qué raro! ¿No serán las mulas del sombrerón?".
"¡Dios nos libre!" dijo la otra, y salieron corriendo. A esa hora, Celina comenzaba a dormirse porque ya se sentía muy cansada. Entonces comenzó a oír una música muy bonita y una voz muy dulce que decía:
              "eres palomita blanca como la flor de limón, sino me das tu palabra me moriré de pasión".
Desde ese día, todas las noches, Celina esperaba con alegría esa música que sólo ella escuchaba. Un día no aguantó la curiosidad y se asomó a la ventana y cual siendo la sorpresa, ver a un hombrecillo que calzaba botitas de piel muy brillante con espuelas de oro, que cantaba y bailaba con su guitarra de plata, frente a su ventana.

Desde entonces, Celina no dejó de pensar en aquel hombrecito. Ya no comía, sólo vivía esperando en momento de volverlo a escuchar. Ese hombresito la había embrujado.

Al darse cuenta los vecinos, aconsejaron a los padres de Celina que la llevaran a un convento para poderla salvar, porque ese hombrecito era el "puritito duende".
Entonces Celina, fue llevada al convento donde cada día seguía más triste, extrañando las canciones y esa bonita música. Mientras tanto el hombrecito se volvía loco, buscándola por todas partes.

Por fín la bella Celina no soportó la tristeza y murió el día de Santa Cecilia. Su cuerpo fue llevado a la casa para velarlo. De repente se escuchó un llanto muy triste. Era el sombrerón, que con gran dolor llagaba a cantarle a su amada: "ay...ay... mañana cuando te vayas voy a salir al camino para llevarte el pañuelo de lágrimas y suspiros"


Los que vieron al sombrerón cuentan que gruesas lágrimas rodaban mientras cantaba: "estoy al mal tan hecho que desde aquí mi amor perdí, que el mal me parece bien y el bien es mal para mi". Toda la gente lloraba al ver sus sufrimiento. Y cuentan que para el día de Santa Cecilia, siempre se ven las cuatro mulas cerca de la tumba de Celina y se escucha un dulce canto: "corazón de palo santo ramo de limón florido ¿por qué dejas en el olvido a quien te quiera tanto?"
Y es que se cuenta que el sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.